Llevaba mucho tiempo queriendo leer este libro, un clásico de la literatura japonesa, de la jovencita escritora que sorprendió a los críticos en el año 88. Desde aquel tiempo solamente en Japón hubo 60 re-ediciones y varias películas. En 2011, en la FIL en Guadalajara tuve este libro en mis manos pero por razones de presupuesto tuve que tomar unas decisiones difíciles y “Kitchen” perdió contra “De qué hablo cuando hablo de correr” de Haruki Murakami. No me arrepiento de aquella elección, el libro de Murakami es espléndido, aunque muy diferente de sus novelas, y la historia de Yoshimoto me llegó en su momento, hace unos dos meses.
La descargué a mi iPad, maravillada por el mundo lleno de libros disponibles en unos segundos y en mis estanterías virtuales aterrizó “Kitchen”.
El libro se podría leer fácilmente en unas dos o tres horas; son un poco más de 100 páginas. Sin embargo, no lo recomiendo. Ya en las primeras páginas frené mis ojos que saltaban de una frase a otra con la rapidez habitual y volví a leer desde el principio. Despacio, maravillada por cada palabra que se visualizaba en mi mente.
No había leído casi nada de la literatura japonesa excepto los libros de Murakami y estos llamaron mi atención por diferentes. Quería ver si es Murakami o los japoneses en general. Hay algo en la manera de narrar de Murakami que nos hace olvidar la historia que acabamos de leer, apenas cerramos el libro, y sin embargo su mundo nos envuelve durante varios días después de terminar la lectura. Banana Yoshimoto es justo esto, pero a la potencia.
Digamos que la historia no importa tanto, pero sí, es interesante. La protagonista principal, Mikage, se queda sola, después de la muerte de su abuela y se refugia en la cocina. Literalmente. El sonido de la nevera la tranquiliza y le ayuda a dormir. La puedo entender. Cuando era pequeña, mi cuarto estaba al lado de la cocina y sólo una delgada pared separaba mi cama de la ruidosa nevera, orgullo de la producción comunista. Un día, Yuichi, un joven que conocía y apreciaba a su abuela, lleva a Mikage a su casa para que viva con él y con su hermosa madre Eriko el tiempo que quiera. Un pequeño detalle, resulta que Eriko en principio era su padre, pero después de la muerte de su mujer, cambió de sexo para que su hijo no se criara sin la madre. Esta nueva familia, aunque lejos de ser perfecta, le trae por un tiempo la paz y calma que Mikage necesita para recuperarse emocionalmente. Aunque Mikage es la protagonista principal, todos los demás personajes lo parecen en algún momento. Todos están de alguna manera rotos, traen un sufrimiento que intentan esconder a los ojos de los demás, están al borde de perderse, y cada uno de ellos nos preocupa y duele igual.
Sí la historia es sin duda interesante, pero lo que yo recuerdo son las sensaciones. Parece que el talento más grande de Banana Yoshimoto reside justo en esto. No en hacerte imaginar la cosas, pero en hacerte sentir. Y son sensaciones totalmente nuevas, diferentes, oníricas, impregnadas de olores y sabores que no pertenecen a la tradición occidental. Puedo cerrar los ojos y aun ahora sentir esa magia y extrañez que emana de cada página del libro.
Es un libro hermoso, cuya belleza reside en cada palabra, sin embargo su función principal no es la estética. Cada una de las palabras de la historia de "Kitchen" explota en tu mente con mundos enteros, completos y que afectan a todos los sentidos. Inolvidable.