domingo, 9 de enero de 2011

Sobre el leer en México

Hace poco entré en un maravilloso blog polaco sobre literatura poczytane y me encontré con una entrada interesante de Tomasz Pindel (crítico, profesor y traductor) sobre la actividad lectiva en el país que me hospeda. Pindel acaba de visitar la Feria del Libro en Guadalajara y aprovechó su visita para observar la realidad lectora mexicana. Da qué pensar a pesar de su tono humorístico. 

(…) no voy a espaciarme mucho sobre la estupenda Feria del Libro en Guadalajara, ni sobre el dinámico mercado editorial mexicano, sino sobre los hechos puros y duros, sobre la cotidianidad de la gente lectora. Resulta que los mexicanos están muy descontentos por la situación de la lectura en su país (¿y quién no  lo está?), pero si lo miramos más de cerca, en realidad no tienen donde leer.

Durante la comida: la costumbre criticada por los bibliófilos y oculistas, de todas formas no tiene posibilidad de enraizarse. En principio Los mexicanos se alimentan a) de pie, b) con las manos. Unas masas enormes se nutren en los numerosos puestos callejeros, donde se preparan olorosos manjares servidos en platos de plástico; de pie o sentados en un banco pero siempre amontonados y en compañía. Como si fuera poco, todas esas tortillas, tostadas y otros se deben comer con las manos: pones varias cosas en la tortilla, viertes  abundantemente las salsas encima y aplicas por vía oral (a los principiantes les recomiendo empezar con prudencia: la salsa de la primera tortilla se me fue dentro de la manga de mi saco y lo que hacía con mi primera tostada – son duras y frágiles como chips-, se mantenía dentro de la estética de Mr. Bean). Con esas condiciones, ni siquiera cuando ya te vuelves más hábil, es posible leer mientras comes. 

En transporte público: también hay que descartar esta opción. En mi patria el tranvía y los desplazamientos son el baluarte de mi leer, pero el transporte público en México no sirve mucho para la causa. El metro de la capital (muy bien desarrollado) transporta diariamente alrededor de 22 millones de pasajeros. Aunque los trenes pasan uno tras otro, por los pasillos fluyen los ríos de personas que intentan irrumpir, lo más rápido posible, en el vagón, en el cual muy a menudo ni hace falta agarrarse, porque tanta gente apretada te sujeta con facilidad. Sacar tu libro es prácticamente imposible, aunque llegué a ver un par de lectores que tenían unos libritos especiales. La mujer estaba leyendo alguna obra religiosa (seguro que es una forma de escapismo de las duras realidades del viaje) ;  y el hombre la novela “Asalto al tren” (sería su mental venganza personal). Así que en teoría se puede, pero es una costumbre poco difundida. En cambio los autobuses circulan a tal velocidad que tienes que agarrarte muy bien con ambas manos para no pegar con el techo.

En los lugares de recreo: las grandes ciudades mexicanas les ofrecen a sus ciudadanos numerosos y amplios parques (en la capital el  bosque Chapultepec se ufana de ser el más grande espacio verde urbano en toda  América Latina). Desgraciadamente, tampoco ahí es fácil concentrarse, porque aunque encuentres un banco o un pedazo libre en el pasto, en seguida alguien pondrá su musiquita a todo volumen o vendrá un cómico callejero a entretenerte con los chistes sobre los gays, o hasta se reunirá todo el grupo de los mariachis y cuando éstos empiecen con sus violines e instrumentos de viento, ya puedes olvidarte de la concentración y lectura.
Afortunadamente para nosotros, México está muy lejos y tenemos once horas enteras para leer; esto no se puede despreciar…!

Yo por mi parte añadiría que tampoco se puede leer en la tina, dado que la mayoría de las casas tiene instaladas puras duchas. Sin embargo, la opinión del señor Pindel está un poco exagerada, supongo que su estancia corta en México no le permitió conocer a fondo la situación lectora; en la misma capital puedes disfrutar de tu desayuno en la famosísima Casa de los azulejos mientras lees tu periódico, u hojear algún libro en las librería Ghandi a lo largo del país, o disfrutar de la combinación más deliciosa del mundo, el libro + café, en uno de los numerosos Starbucks, o si eres afortunado y vives en la costa (como yo) puedes deleitarte con cualquier obra amparado por la sombra de las palmeras y escuchando el océano.

De todas formas, queda mucho por hacer (lo veo con mis estudiantes de la prepa) y parafraseando a Sábato, oficialmente doy inicio a este blog literario impulsada por una débil esperanza que incite a leer alguna persona. Aunque sólo sea una persona.

2 comentarios:

  1. Estimada Olga, me siento muy honrado por aparecer en este blog (no en persona, claro, pero en forma textual) y ademas en tan buena traduccion. Y tambien siento una fuerte ola de envidia, cuando mencionas lo de vivir en la costa. Ay, daria mucho por una lectura pacifica en la playa en vez de leer tiritando de frio en la parada del tranvia...

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  2. Muchas gracias por el halago y por el permiso de cita. Seguro que volverá a aparecer en este blog :)
    No extraño mis lecturas en las paradas frías de Cracovia pero sí aquellas en mi sofá, con el café en la mano, bajo la manta y viendo la nieve caer... Tiene lo suyo... :)

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