Terminado el curso escolar me llevé a casa algunos libros en inglés que iban a ser las lecturas obligatorias de mis estudiantes de secundaria después del verano. No tengo que decir que teniendo otras lecturas "adultas" en mi buró, llegué a la última semana de mis vacaciones sin haber tocado los libros de niños. Tampoco me preocupaba tanto, dos de ellos, Matar un ruiseñor de Harper Lee y El niño con el pijama de rayas de John Boyne, ya los había leído antes pero el tercero, Hoyos de Louis Sachar, lo elegí porque me habían hablado de él durante una convención de TESOL en España.
Así que ayer, aprovechando la espera en el centro de salud, saqué con desgana el libro de Sachar del bolso y empecé a leer. Volví a casa y seguí leyendo. Por la noche me caía del sueño (fue un día especialmente largo), pero seguía pasando las páginas. Me desperté hoy y terminé la historia, sin darme cuenta que la cafeína habitual a esas horas todavía no corría por mis venas.
No me acuerdo cuándo disfruté un libro de esta manera la última vez. Tal vez porque sabía que no ocultaba retos para mi memoria lectora, que no tenía que leerlo en el nivel intertextual, que no tenía que esforzarme para entender "todas las cosas" y simplemente lo leí sin esperar nada en particular. Como cuando era niña...
Los personajes tomaban forma con cada página que pasaba, después de unas cuantas ya podía imaginarme perfectamente el Campamento Green Lake, el calor insoportable, la tierra seca y dura que formaba montículos al lado de los hoyos que cavaban los chicos, las ampollas y luego callos en sus manos, el jugo de las cebollas salvajes cuando hundes en ellas tus dientes, la sequedad de la garganta, la melodía de la canción cantada al cerdito para que crezca gordito...
¡Qué libro tan bonito! Me di cuenta que extraño las historias en las que se sabe perfectamente quién es bueno y quién malo, que añoro la magia que se mezcla con los acontecimientos aparentemente cotidianos, de tal manera, que todo parece lo más normal del mundo; los libros sin la oscuridad pesada, sin intenciones de deprimirte en los siguientes 10 días. ¡Qué delicia poder agarrar el libro como hace muchos años y disfrutarlo sin más, sin tener que buscar 10 mil fondos y 10 mil maneras de analizar y explicar las intenciones del autor!
No me entiendan mal, es un libro sumamente bien escrito, la historia fluye sin esfuerzo, todo encaja, nos reímos, nos sorprendemos, sentimos lástima y lo más importante, esperamos el desenlace con ansias.
Gracias Sachar por regalarme esa sorprendente vuelta a la infancia.
Un espacio dedicado a los libros donde podrás leer mi opinión subjetiva sobre las obras nuevas y no tan nuevas, y lo que me interesa en el fascinante mundo literario.
viernes, 10 de agosto de 2012
sábado, 25 de febrero de 2012
Semprún y la belleza de la vida
Desde hace mucho tenía pendiente el libro de Jorge Semprún “Viviré
con su nombre, morirá con el mío” pero no sabía cómo expresar lo que esta
lectura había provocado dentro de mí.
La trama es sencilla. En el invierno de 1944 en el campo de
concentración de Buchenwald el Gestapo recibe una pregunta desde la dirección
central “¿vive aún el deportado Jorge Semprún, de 20 años, matrícula 44.904?”. El
mensaje es interceptado por los presos comunistas y como la pregunta no parece nada
inocente, deciden cambiar la identidad de Semprún por la del otro preso a punto
de morir.
Me da pena confesarlo pero tardé en empezar a leer y lo hice
desganada por la cubierta que no me invitaba a dejar todo lo demás y tomar el
libro en mis manos. El dibujo a lápiz me pareció poco interesante, pero gracias
a Dios, no me guíe por la impresión. Después de terminar el libro puedo decir
que la imagen en la portada está muy equivocada y no revela de ninguna manera
el fascinante mundo que se esconde tras de ella.
Los que esperan una historia sobre las desgracias que se
pasaban en los campos de concentración, sobre los despiadados oficiales alemanes, sobre
la gente que se moría de hambre y de agotamiento se pueden sentir algo
decepcionados. Sí, todo esto aparece entre las hojas (el relato de la letrina
no tiene pierde), pero parece ser un fondo de segunda importancia. Es un libro
sobre la vida, sobre la belleza, sobre la música y literatura. De alguna manera
me recordó la película “La vida es bella” por su manera de contar aquellos
tiempos. Tal vez Semprún tenía suerte, tal vez Buchenwald no era Dachau o Auschwitz,
tal vez en estos últimos meses la vida detrás del alambre de púas ya no era lo
mismo que al principio, pero parece que había
manera de disfrutar y compartir algunas pequeñas placeres. Semprún nos describe
la biblioteca que tenían, las canciones que se escuchaban por los altavoces, el
teatro, las conversaciones filosóficas y todo lo que relata, lo que recuerda lo
hila al presente. Lo acompañamos en el campo, en París, en Praga, en Madrid,
nos dejamos encantar por las canciones y versos que resuenan en su cabeza. Es
un libro que fascina.
Y ahora, algo muy personal. Mientras estaba leyendo el
libro, de repente sentí como me invadía
una nostalgia que no conocía y no sabía explicar. En algún momento me di cuenta
que leyendo un libro sobre los campos de concentración volvía a mí misma a los dieciséis,
diecisiete años, leyendo una tras otra todas las lecturas obligatorias que
trataban de esta época. Extraña y bonita sensación.
miércoles, 1 de febrero de 2012
Wislawa Szymborska (1923-2012)
Con su cigarro y café de siempre... |
Acabo de enterarme de la muerte de Wislawa Szymborska. Con
algunas horas de retraso, es el precio de vivir en el extranjero. Alguien dijo que después de la muerte de una persona como ella, cambia la literatura entera.
Szymborska, la poetisa polaca, el premio nobel de literatura
de 1996. Tenía 89 años y murió de un cáncer
de pulmón. Esta es la noticia oficial -algo fría, lejana y abstracta. Y
personalmente, su muerte no me deja indiferente, de hecho me duele, como si la
hubiera conocido en algún momento de mi vida. Tal vez… Los poetas cuando crean
y publican, nos dejan entrar en sus almas, adentrarnos en sus mundos más íntimos,
conocer los miedos, las ilusiones, los sueños, las decepciones, los amores y
las muertes. Sí, puedo decir que la conocía.
Nuestro primer encuentro fue en primaria, tendría unos 8
años y me acuerdo que nos hicieron memorizar dos poemas suyos, muy tempranos,
de los que los escritores maduros se avergüenzan después de unos años. Sin embargo, Szymborska hablaba sin problemas sobre sus años socrealistas. Sus poemas que leíamos en primaria eran políticos y moralizadores, medio malos, pero hasta hoy día resuenan en mi cabeza algunas
frases sueltas. El primer poema era patriótico, ideal para el programa escolar
de un país comunista, algo pomposo, pero tenía un inicio que se me clavó en la
cabeza y que habla de los sentimientos hacia tu país:
Sin este amor se puede vivir,
Tener el corazón seco como
cacahuate
(…)
(La plática sobre la tierra patria)
Ahora, después de 8 años fuera de mi querida Polonia,
entiendo la ironía de la escritora. No se puede. El segundo poema, tampoco era
de los mejores, y otra vez, aun entre las líneas cualesquiera, uno se queda con
algo que le toca el corazón:
(...)
Nos conocemos a nosotros mismos,
en la medida que nos ponen a
prueba.
(...)
(Un minuto de silencio por Ludwika Wawrzynska)
Nos hicimos amigas en preparatoria, nos presentó mi maestra
de literatura y ya conocí otro lado de Szymborska. Desde entonces, siempre me
refería a ella con familiaridad, por su apellido. Me entusiasmaba escucharla,
la admiraba, sus frases perfectas, sus rimas redondas, cada palabra que estaba
en su lugar, su sentido del humor, su profundidad. Podía recitar de memoria sus
poemas, los citaba en mis ensayos, los ponía en mis diarios. Sus poemas
existencialistas están a nivel filosófico de Camus, Sartre o Kierkegaard. Su “Conversación con la piedra” es una maestría. Gracias a Szymborska, amé la
poesía.
Szymborska es difícil de traducir y sin embargo la traducían y la adoraban en otros países. Publicaba poco, pulía
cada sílaba de sus creaciones. Sus poemas podrían ser canciones, de hecho varios
artistas pusieron música a algunos. Al traducirla, se pueden transmitir ideas,
pero es muy difícil imitar el ritmo y estilo personal. Tengo algunos versos
preferidos y en español o inglés no tienen el mismo encanto. Me fue difícil
encontrar algunas versiones en español que me gustaran, y no me atreví a traducir nada
personalmente y menos en tan poco tiempo. Sería una falta de respeto.
Les dejo con algunos hallazgos bonitos, espero que después de
leerlos, podrán decir que conocían a Szymborska y lamenten su muerte conmigo.
Discurso en el
depósito de objetos perdidos
Perdí algunas diosas en el camino de sur a norte,
y también muchos dioses en el camino de este a oeste.
Se me apagaron para siempre un par de estrellas, ábrete cielo.
Se me hundió en el mar una isla, otra.
Ni siquiera sé exactamente dónde dejé las garras,
quién trae mi piel, quién vive en mi concha.
Mis hermanos murieron cuando me arrastré a la orilla
y sólo algún huesito celebra en mí ese aniversario.
Salté de mi pellejo, perdí vértebras y piernas,
me alejé de mis sentidos muchísimas veces.
Desde hace mucho cerré mi tercer ojo ante todo esto,
me despedí de todo con la aleta, me encogí de ramas.
Se esfumó, se perdió, se dispersó a los cuatro vientos.
Yo misma me sorprendo de mí misma, de lo poco que quedó
de mí:
un individuo aislado, del género humano por ahora,
que sólo perdió su paraguas ayer en el tranvía.
De "Si acaso" 1978
Versión de Gerardo Beltrán
Perdí algunas diosas en el camino de sur a norte,
y también muchos dioses en el camino de este a oeste.
Se me apagaron para siempre un par de estrellas, ábrete cielo.
Se me hundió en el mar una isla, otra.
Ni siquiera sé exactamente dónde dejé las garras,
quién trae mi piel, quién vive en mi concha.
Mis hermanos murieron cuando me arrastré a la orilla
y sólo algún huesito celebra en mí ese aniversario.
Salté de mi pellejo, perdí vértebras y piernas,
me alejé de mis sentidos muchísimas veces.
Desde hace mucho cerré mi tercer ojo ante todo esto,
me despedí de todo con la aleta, me encogí de ramas.
Se esfumó, se perdió, se dispersó a los cuatro vientos.
Yo misma me sorprendo de mí misma, de lo poco que quedó
de mí:
un individuo aislado, del género humano por ahora,
que sólo perdió su paraguas ayer en el tranvía.
De "Si acaso" 1978
Versión de Gerardo Beltrán
Estoy demasiado cerca para que
él sueñe conmigo...
Estoy demasiado cerca para que él sueñe conmigo.
No vuelo sobre él, de él no huyo
Entre las raíces arbóreas. Estoy demasiado cerca.
No es mi voz el canto del pez en la red.
Ni de mi dedo rueda el anillo.
Estoy demasiado cerca. La gran casa arde
Sin mí gritando socorro. Demasiado cerca
para que taña la campana en mi cabello.
Estoy demasiado cerca para que pueda entrar como un huésped
que abriera las paredes a su paso.
Ya jamás volveré a morir tan levemente,
tan fuera del cuerpo, tan inconsciente,
como antaño en su sueño. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca. Oigo el silbido
y veo la escama reluciente de esta palabra,
petrificada en abrazo. Él duerme,
en este momento, más al alcance de la cajera de un circo
ambulante con un solo león, vista una vez en la vida,
que de mí que estoy a su lado.
Ahora, para ella crece en él el valle
de hojas rojas cerrado por una montaña nevada
en el aire azul. Estoy demasiado cerca,
para caer del cielo. Mi grito
sólo podría despertarle. Pobre,
limitada a mi propia figura,
mas he sido abedul, he sido lagarto,
y salía de tiempos y damascos
mudando los colores de mi piel. Y tenía
el don de desaparecer de sus ojos asombrados,
lo cual es la riqueza de las riquezas. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca para que él sueñe conmigo.
Saco mi brazo que está debajo de su cabeza dormida,
Mi brazo dormido, lleno de agujas imaginarias.
En la punta de cada una de ellas, para su recuento,
Se han sentado ángeles caídos.
Versión de Elzbieta Borkiewicz
Estoy demasiado cerca para que él sueñe conmigo.
No vuelo sobre él, de él no huyo
Entre las raíces arbóreas. Estoy demasiado cerca.
No es mi voz el canto del pez en la red.
Ni de mi dedo rueda el anillo.
Estoy demasiado cerca. La gran casa arde
Sin mí gritando socorro. Demasiado cerca
para que taña la campana en mi cabello.
Estoy demasiado cerca para que pueda entrar como un huésped
que abriera las paredes a su paso.
Ya jamás volveré a morir tan levemente,
tan fuera del cuerpo, tan inconsciente,
como antaño en su sueño. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca. Oigo el silbido
y veo la escama reluciente de esta palabra,
petrificada en abrazo. Él duerme,
en este momento, más al alcance de la cajera de un circo
ambulante con un solo león, vista una vez en la vida,
que de mí que estoy a su lado.
Ahora, para ella crece en él el valle
de hojas rojas cerrado por una montaña nevada
en el aire azul. Estoy demasiado cerca,
para caer del cielo. Mi grito
sólo podría despertarle. Pobre,
limitada a mi propia figura,
mas he sido abedul, he sido lagarto,
y salía de tiempos y damascos
mudando los colores de mi piel. Y tenía
el don de desaparecer de sus ojos asombrados,
lo cual es la riqueza de las riquezas. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca para que él sueñe conmigo.
Saco mi brazo que está debajo de su cabeza dormida,
Mi brazo dormido, lleno de agujas imaginarias.
En la punta de cada una de ellas, para su recuento,
Se han sentado ángeles caídos.
Versión de Elzbieta Borkiewicz
Las cuatro de la
madrugada
Hora de la noche al día.
Hora de un costado al otro.
Hora para treintañeros.
Hora acicalada para el canto del gallo.
Hora en que la tierra niega nuestros nombres.
Hora en que el viento sopla desde los astros extintos.
Hora y-si-tras-de-nosotros-no-quedara-nada.
Hora vacía.
Sorda, estéril.
Fondo de todas las horas.
Nadie se siente bien a las cuatro de la madrugada.
Si las hormigas se sienten bien a las cuatro de la madrugada,
habrá que felicitarlas. Y que lleguen las cinco,
si es que tenemos que seguir viviendo.
De "Llamando al Yeti" 1957
Versión de Gerardo Beltrán
Hora de la noche al día.
Hora de un costado al otro.
Hora para treintañeros.
Hora acicalada para el canto del gallo.
Hora en que la tierra niega nuestros nombres.
Hora en que el viento sopla desde los astros extintos.
Hora y-si-tras-de-nosotros-no-quedara-nada.
Hora vacía.
Sorda, estéril.
Fondo de todas las horas.
Nadie se siente bien a las cuatro de la madrugada.
Si las hormigas se sienten bien a las cuatro de la madrugada,
habrá que felicitarlas. Y que lleguen las cinco,
si es que tenemos que seguir viviendo.
De "Llamando al Yeti" 1957
Versión de Gerardo Beltrán
Nada sucede dos veces...
Nada sucede dos veces
ni va a suceder, por eso
sin experiencia nacemos,
sin rutina moriremos.
En esta escuela del mundo
ni siendo malos alumnos
repetiremos un año,
un invierno, un verano.
No es el mismo ningún día,
no hay dos noches parecidas,
igual mirada en los ojos,
dos besos que se repitan.
Ayer mientras que tu nombre
en voz alta pronunciaban
sentí como si una rosa
cayera por la ventana.
Ahora que estamos juntos,
vuelvo la cara hacia el muro.
¿Rosa? ¿Cómo es la rosa?
¿Como una flor o una piedra?
Nada sucede dos veces
ni va a suceder, por eso
sin experiencia nacemos,
sin rutina moriremos.
En esta escuela del mundo
ni siendo malos alumnos
repetiremos un año,
un invierno, un verano.
No es el mismo ningún día,
no hay dos noches parecidas,
igual mirada en los ojos,
dos besos que se repitan.
Ayer mientras que tu nombre
en voz alta pronunciaban
sentí como si una rosa
cayera por la ventana.
Ahora que estamos juntos,
vuelvo la cara hacia el muro.
¿Rosa? ¿Cómo es la rosa?
¿Como una flor o una piedra?
Dime por qué,
mala hora,
con miedo inútil te mezclas.
Eres y por eso pasas.
Pasas, por eso eres bella.
con miedo inútil te mezclas.
Eres y por eso pasas.
Pasas, por eso eres bella.
Medio
abrazados, sonrientes,
buscaremos la cordura,
aun siendo tan diferentes
cual dos gotas de agua pura.
buscaremos la cordura,
aun siendo tan diferentes
cual dos gotas de agua pura.
De
"Llamando al Yeti"
1957
Versión de Gerardo Beltrán
Versión de Gerardo Beltrán
(este poema ni se acerca a su melodía original, pero es uno
de mis preferidos en polaco y no pude dejarlo fuera)
Y por último:
Conversación con una piedra
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
Quiero penetrar en tu interior,
echar un vistazo,
respirarte.
-Vete -dice la piedra-.
Estoy herméticamente cerrada.
Incluso hecha añicos,
sería añicos cerrados.
Incluso hecha polvo,
sería polvo cerrado.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
Vengo por mera curiosidad.
Sólo la vida permite satisfacerla.
Quisiera pasearme por tu palacio,
y luego visitar una hoja y una gota de agua.
No me queda mucho tiempo.
Mi mortalidad debería ablandarte.
-Soy de piedra –dice la piedra-
Imposible perturbar mi seriedad.
Vete,
no tengo músculos risorios.
Llamo a la puerta de una piedra.
Soy yo, déjame entrar.
Me han dicho que encierras salas enormes y vacías,
nunca vistas y bellas en vano,
mudas, donde nunca han retumbado los pasos de nadie.
Confiésalo: ni tú misma lo sabías.
-Salas enormes y vacías –dice la piedra-.
Pero no hay espacio disponible.
Bellas, quizá, pero no para el gusto
de tus limitados sentidos.
Puedes verme pero nunca catarme.
Mi superficie te da la cara,
pero mi interior te vuelve la espalda.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
En ti no busco refugio para la eternidad.
No soy desdichado.
Ni carezco de techo.
Mi mundo merece el regreso.
Quiero entrar y salir con las manos vacías.
La prueba de haber estado en ti
se limitará a mis palabras
en las que nadie creerá.
-No entrarás –dice la piedra-.
Te falta el sentido de la participación.
Y no existe otro sentido que pueda sustituirlo.
Incluso la vista omnividente
te resultará inútil si eres incapaz de participar.
No entrarás; ese sentido, en ti, es sólo deseo,
mero intento, vaga fantasía.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
No puedo esperar mil siglos
para entrar en tus paredes.
-Si no crees en mis palabras –dice la piedra-,
acude a la hoja, que te dirá lo mismo que yo,
o a la gota de agua, que te dirá lo mismo que la hoja.
Pregunta también a un cabello de tu cabeza.
Estoy a punto de reír a carcajadas,
de reír como mi naturaleza me impide reír.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
-No tengo puerta –dice la piedra.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
Quiero penetrar en tu interior,
echar un vistazo,
respirarte.
-Vete -dice la piedra-.
Estoy herméticamente cerrada.
Incluso hecha añicos,
sería añicos cerrados.
Incluso hecha polvo,
sería polvo cerrado.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
Vengo por mera curiosidad.
Sólo la vida permite satisfacerla.
Quisiera pasearme por tu palacio,
y luego visitar una hoja y una gota de agua.
No me queda mucho tiempo.
Mi mortalidad debería ablandarte.
-Soy de piedra –dice la piedra-
Imposible perturbar mi seriedad.
Vete,
no tengo músculos risorios.
Llamo a la puerta de una piedra.
Soy yo, déjame entrar.
Me han dicho que encierras salas enormes y vacías,
nunca vistas y bellas en vano,
mudas, donde nunca han retumbado los pasos de nadie.
Confiésalo: ni tú misma lo sabías.
-Salas enormes y vacías –dice la piedra-.
Pero no hay espacio disponible.
Bellas, quizá, pero no para el gusto
de tus limitados sentidos.
Puedes verme pero nunca catarme.
Mi superficie te da la cara,
pero mi interior te vuelve la espalda.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
En ti no busco refugio para la eternidad.
No soy desdichado.
Ni carezco de techo.
Mi mundo merece el regreso.
Quiero entrar y salir con las manos vacías.
La prueba de haber estado en ti
se limitará a mis palabras
en las que nadie creerá.
-No entrarás –dice la piedra-.
Te falta el sentido de la participación.
Y no existe otro sentido que pueda sustituirlo.
Incluso la vista omnividente
te resultará inútil si eres incapaz de participar.
No entrarás; ese sentido, en ti, es sólo deseo,
mero intento, vaga fantasía.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
No puedo esperar mil siglos
para entrar en tus paredes.
-Si no crees en mis palabras –dice la piedra-,
acude a la hoja, que te dirá lo mismo que yo,
o a la gota de agua, que te dirá lo mismo que la hoja.
Pregunta también a un cabello de tu cabeza.
Estoy a punto de reír a carcajadas,
de reír como mi naturaleza me impide reír.
Llamo a la puerta de una piedra.
-Soy yo, déjame entrar.
-No tengo puerta –dice la piedra.
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viernes, 27 de enero de 2012
Inventario
“Viviré con su
nombre, morirá con el mío” de Jorge Semprún
“Engaño” de
Philip Roth
Y el ganador
incondicional, el mejor libro del año pasado : “El ruido de las cosas al caer”
de Juan Gabriel Vásquez. Una delicia narrativa.
Me encantaría
empezar por el último pero lo voy a dejar para después, hay que practicar la
paciencia…
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lunes, 16 de enero de 2012
La crueldad de Murakami (1Q84 T3)
El viernes terminé el tercer tomo de 1Q84, ya no me quedaba de otra. Como una semana antes, empecé a leer más despacio para alargar mi estancia en el pueblo de los gatos; o para alejar el momento de la decepción... Los que leyeron mi entrada sobre "After dark" se acordarán de que tengo un pequeño problema con los finales de Murakami, un pequeño gran problema: ni me gustan, ni me acuerdo de ellos. Y ahora cuando me quedaban unas cincuenta páginas, empezó a pasar lo mismo.
En los últimos capítulos el ritmo cambia, la escenas cuando Tengo y Aomame están juntos (aquí no revelo nada nuevo, era de esperar) adquieren un sabor acaramelado, insoportable y poco verosímil. De pronto se abren nuevos argumentos y... el libro se disuelve. Un gran "¿qué?" salió de mi boca y me enojé. Murakami siempre deja cosas sin cerrar, y nunca "lo que pasó " es lo más importante en sus historias pero esta vez, fue simplemente demasiado cruel; dejar el lector así, cundo estuvo acompañando a los protagonistas por casi mil páginas...
Cabrera Infante dijo sobre Manuel Puig que sus libros están hechos de la misma materia que los sueños. Lo mismo se podría decir sobre Murakami. Los personajes nuevos aparecen y desaparecen dejando un vago recuerdo en nuestra consciencia, aceptamos sin rechinar las extrañas reglas que rigen sus mundos, al cerrar el libro nos cuesta hilar bien la historia, y en cuanto más tiempo pasa, menos nos acordamos del argumento. Y sin embargo, como nos encanta soñar, nos encanta leer a Murakami y quedar bajo su hechizo.
Ya se me pasó el enojo, ahora solo espero que Murakami escriba la continuación de la historia y me deje soñar un poco más sus sueños. Aunque conociéndolo, lo más seguro es que éste, desgraciadamente, sea el verdadero final de la historia sobre Tengo y Aomame.
Más sobre 1Q84:
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