sábado, 25 de febrero de 2012

Semprún y la belleza de la vida


Desde hace mucho tenía pendiente el libro de Jorge Semprún “Viviré con su nombre, morirá con el mío” pero no sabía cómo expresar lo que esta lectura había provocado dentro de mí. 

La trama es sencilla. En el invierno de 1944 en el campo de concentración de Buchenwald el Gestapo recibe una pregunta desde la dirección central “¿vive aún el deportado Jorge Semprún, de 20 años, matrícula 44.904?”. El mensaje es interceptado por los presos  comunistas y como la pregunta no parece nada inocente, deciden cambiar la identidad de Semprún por la del otro preso a punto de morir. 

Me da pena confesarlo pero tardé en empezar a leer y lo hice desganada por la cubierta que no me invitaba a dejar todo lo demás y tomar el libro en mis manos. El dibujo a lápiz me pareció poco interesante, pero gracias a Dios, no me guíe por la impresión. Después de terminar el libro puedo decir que la imagen en la portada está muy equivocada y no revela de ninguna manera el fascinante mundo que se esconde tras de ella. 

Los que esperan una historia sobre las desgracias que se pasaban en los campos de concentración, sobre los despiadados oficiales alemanes, sobre la gente que se moría de hambre y de agotamiento se pueden sentir algo decepcionados. Sí, todo esto aparece entre las hojas (el relato de la letrina no tiene pierde), pero parece ser un fondo de segunda importancia. Es un libro sobre la vida, sobre la belleza, sobre la música y literatura. De alguna manera me recordó la película “La vida es bella” por su manera de contar aquellos tiempos. Tal vez Semprún tenía suerte, tal vez Buchenwald no era Dachau o Auschwitz, tal vez en estos últimos meses la vida detrás del alambre de púas ya no era lo mismo que al principio, pero  parece que había manera de disfrutar y compartir algunas pequeñas placeres. Semprún nos describe la biblioteca que tenían, las canciones que se escuchaban por los altavoces, el teatro, las conversaciones filosóficas y todo lo que relata, lo que recuerda lo hila al presente. Lo acompañamos en el campo, en París, en Praga, en Madrid, nos dejamos encantar por las canciones y versos que resuenan en su cabeza. Es un libro que fascina.

Y ahora, algo muy personal. Mientras estaba leyendo el libro, de repente sentí  como me invadía una nostalgia que no conocía y no sabía explicar. En algún momento me di cuenta que leyendo un libro sobre los campos de concentración volvía a mí misma a los dieciséis, diecisiete años, leyendo una tras otra todas las lecturas obligatorias que trataban de esta época. Extraña y bonita sensación.

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