Desde hace mucho tenía pendiente el libro de Jorge Semprún “Viviré
con su nombre, morirá con el mío” pero no sabía cómo expresar lo que esta
lectura había provocado dentro de mí.
La trama es sencilla. En el invierno de 1944 en el campo de
concentración de Buchenwald el Gestapo recibe una pregunta desde la dirección
central “¿vive aún el deportado Jorge Semprún, de 20 años, matrícula 44.904?”. El
mensaje es interceptado por los presos comunistas y como la pregunta no parece nada
inocente, deciden cambiar la identidad de Semprún por la del otro preso a punto
de morir.
Me da pena confesarlo pero tardé en empezar a leer y lo hice
desganada por la cubierta que no me invitaba a dejar todo lo demás y tomar el
libro en mis manos. El dibujo a lápiz me pareció poco interesante, pero gracias
a Dios, no me guíe por la impresión. Después de terminar el libro puedo decir
que la imagen en la portada está muy equivocada y no revela de ninguna manera
el fascinante mundo que se esconde tras de ella.
Los que esperan una historia sobre las desgracias que se
pasaban en los campos de concentración, sobre los despiadados oficiales alemanes, sobre
la gente que se moría de hambre y de agotamiento se pueden sentir algo
decepcionados. Sí, todo esto aparece entre las hojas (el relato de la letrina
no tiene pierde), pero parece ser un fondo de segunda importancia. Es un libro
sobre la vida, sobre la belleza, sobre la música y literatura. De alguna manera
me recordó la película “La vida es bella” por su manera de contar aquellos
tiempos. Tal vez Semprún tenía suerte, tal vez Buchenwald no era Dachau o Auschwitz,
tal vez en estos últimos meses la vida detrás del alambre de púas ya no era lo
mismo que al principio, pero parece que había
manera de disfrutar y compartir algunas pequeñas placeres. Semprún nos describe
la biblioteca que tenían, las canciones que se escuchaban por los altavoces, el
teatro, las conversaciones filosóficas y todo lo que relata, lo que recuerda lo
hila al presente. Lo acompañamos en el campo, en París, en Praga, en Madrid,
nos dejamos encantar por las canciones y versos que resuenan en su cabeza. Es
un libro que fascina.
Y ahora, algo muy personal. Mientras estaba leyendo el
libro, de repente sentí como me invadía
una nostalgia que no conocía y no sabía explicar. En algún momento me di cuenta
que leyendo un libro sobre los campos de concentración volvía a mí misma a los dieciséis,
diecisiete años, leyendo una tras otra todas las lecturas obligatorias que
trataban de esta época. Extraña y bonita sensación.
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